Cuando el Dios de los milagros… no responde
Cuando Sharon murió, no solo partió ella. Se tambalearon también todo lo que me sostenía… Dios, las creencias, el sentido de la vida, y entendí que eso es normal, incluso necesario. Con el tiempo descubrí que en el duelo la Dimensión Trascendente no se trata solo de religión, sino de las preguntas más hondas del alma…
¿Qué sentido tiene la vida si muere quien más amo?
¿Dónde está ahora? ¿Sigue existiendo de algún modo?
¿Qué queda de mí? ¿Qué queda de nosotros?
¿Existe Dios? ¿Y si existe, por qué permite el dolor?
Sobre los milagros y Dios después de una pérdida
1. ¿Existen los milagros?
Depende de cómo se entienda la palabra “milagro”, si el milagro es evitar la muerte… entonces la pérdida de Sharon fue la negación de todo lo que pedí.
Pero si el milagro es seguir amándola a pesar de su ausencia, sentirla viva en mí, en mi memoria, en los gestos y sabiduría que heredé de ella… entonces sí, estoy rodeado de milagros, no sobrenaturales, pero sí profundamente espirituales, en este momento de mi vida creo que Sharon misma, ha sido y sigue siendo el milagro de mi vida durante 50 años.
2. ¿Existe Dios?
Durante el duelo, entendí algo que muchos dolientes, filósofos y teólogos también han sentido…
El Dios que teníamos antes del dolor muchas veces muere con él, pero eso no significa que Dios muera, significa que debemos encontrarlo de nuevo, con otros ojos, más vulnerables, más reales, yo mismo lo he dicho:
“Dejé de creer en el dios proveedor que hace milagros… ahora creo en un Dios Creador.”
Y aunque no todos lo encuentran, quienes lo hacen lo hallan sin promesas mágicas ni disfraces… como una presencia, un misterio, una compañía silenciosa en la sombra.
El duelo como transformación espiritual
El duelo me llevó a un lugar inesperado… Dejé de creer en un Dios proveedor, y descubrí a un Dios que no evita la muerte, pero tampoco me abandona en ella.
Un Dios que no resucita cuerpos, pero sí puede renovar almas quebradas, y entendí que mi pregunta no necesitaba respuestas doctrinales, solo necesitaba tiempo y espacio, para madurar dentro de un corazón herido.
Reflexión personal
Cuando Sharon murió, algo en mí también se apagó, no solo perdí a la mujer que amaba, perdí también la forma en que creía, la fe con la que había caminado toda mi vida se hizo pedazos. Yo creía en un Dios de milagros, un Dios que escucha, Que responde, que sana, y creí que si oraba con fuerza, si tenía fe, si me aferraba con todo el corazón, el milagro llegaría…
Pero no llegó.
A pesar de mis oraciones, del amor inmenso que nos unía, de toda mi esperanza… Sharon se fue y quedé vacío, ya no solo era un hombre en duelo, era también un hombre con la fe rota.
Recuerdo una tarde, en especial, poco después de su partida, estaba solo, frente a una foto nuestra, con una taza de café frío entre las manos… Me pregunté, lleno de rabia y desolación:
¿De qué sirve la fe si no puede evitar el dolor más grande de mi vida?
No obtuve respuesta, solo silencio, ese silencio inmenso que queda cuando algo se rompe en el alma.
Durante mucho tiempo, ese silencio fue mi única compañía espiritual, sentí que había perdido no solo a Sharon, sino también a Dios, pero con el tiempo —y muy lentamente— empecé a hacerme otras preguntas, ya no desde el deseo urgente de ser salvado del dolor, sino desde la brutal honestidad del que ya ha sido derrumbado.
¿Y si el Dios en el que creía era una proyección de mi deseo?
¿Y si la fe que me sostuvo durante años no estaba equivocada, sino incompleta?
El Dios que muere con el duelo
Hoy creo que cuando muere un ser amado, también muere el “Dios de las certezas”, ese Dios que parecía tener el control, que actuaba como un repartidor de favores.
No niego que ese Dios fue real para mí, me sostuvo, me acompañó, me dio sentido… Pero no sobrevivió a la muerte de Sharon; y tal vez, así debía ser.
Pienso que muchas veces confundimos a Dios con nuestras expectativas de Él, y he aprendido que la fe no es un escudo que evita el dolor, es una forma de atravesarlo… con sentido.
Dios Creador: la fe que nace de las cenizas
Con los meses, empecé a sentir algo diferente. Ya no era una voz celestial ni promesas milagrosas. Era algo más sutil, más cercano, más real. Una presencia que no me prometía salvarme del dolor, pero que tampoco me abandonaba en él. La empecé a sentir en el amor que aún siento por Sharon, en la belleza de una caminata consciente, en una mirada que me recuerda lo sagrado de estar vivo, en la ternura que… incluso ahora, sigue naciendo en mí.
Fue así como encontré a un Dios distinto… Un Dios Creador. Un Dios que no actúa con magia, pero que habita en la materia, en la memoria, en el amor. Ya no espero milagros como antes. Ahora, el milagro es que sigo amando a Sharon, incluso en su ausencia. El milagro es que, a pesar del dolor, no me he rendido. Que sigo caminando, creando y aprendiendo a cuidar esa chispa de vida y amor que aún me habita. Y hoy puedo compartir este camino con otros que también sufren, porque sé que en la vulnerabilidad y en la esperanza, también encontramos a ese Dios que vive en nosotros y en todo lo que nos rodea.
Ejercicio espiritual:
Resignificar mi imagen de lo sagrado.
Este ejercicio me ayudó cuando sentí que mi antigua forma de creer ya no me sostenía. Tal vez también te sirva a ti:
Escribe una carta al “Dios de antes”. Comienza con: “Así te imaginaba… así te llamaba…” Despídete sin culpa. Agradece si quieres, pero sé honesto. Si hay enojo o tristeza, está bien.
Luego, escribe: “¿Cómo sería el Dios que podría acompañarme ahora?”
No busques definiciones perfectas. Tal vez no sea un “Dios” religioso, sino una energía, una conciencia, una presencia.
Dale, un nuevo nombre. Puede ser “Presencia”, “Silencio sagrado”, “Luz”, “Misterio”… “Elohim”, “Creador”… Escoge uno que resuene contigo.
Crea un ritual íntimo con esa nueva imagen.
Enciende una vela, camina en silencio, escríbele una carta, siéntate con ella. Haz lo que necesites para recordar que no estás solo. Aunque el milagro no llegó como lo esperabas, la compañía del Misterio sigue viva.
La Dimensión Trascendente: Más allá de la Religión
He descubierto que la dimensión trascendente no depende de credos ni dogmas. Es ese espacio interno donde me pregunto:
– ¿Qué sentido tiene lo que me ha pasado?
– ¿Qué queda de lo que he perdido?
– ¿Qué quiero que permanezca de Sharon en mí?
– ¿Qué quiero construir con este dolor?
No necesito creer en un cielo, ni rezar de una forma específica. Solo necesito no ignorar el clamor profundo de mi alma. Hacer silencio… Escuchar. Porque en medio del dolor… también hay creación.
Renacer sin milagros, pero con propósito
Sharon me dio muchas cosas… Amor, compañía, alegría. Pero también me dejó una semilla más profunda… la capacidad de renacer, incluso cuando ella ya no está.
Quizás ese sea el milagro que hoy me permito abrazar.
No el que evita la muerte, sino el que germina en la herida… y me impulsa, lentamente, hacia un nuevo comienzo.
Para ti, que estás leyendo estas líneas
Si has perdido la fe como yo, Si sientes que el Dios en el que creías no respondió… Te entiendo. De verdad. Y quiero decirte algo, desde mi corazón roto, No estás fallando en tu espiritualidad…
Estás transformándola.
Quizás aún no lo notes, pero tal vez… Dios también te está buscando, desde otro lugar, y quizás, en medio de tu dolor, puedas comenzar a construir una fe nueva. No perfecta. No infalible. Pero profundamente honesta… Profundamente tuya.
Germán A. DeLaRosa